domingo, 17 de abril de 2016

Cuando una persona está triste e irritable, quizá está pidiendo a gritos que alguien la ayude y conecte con ella.
(Artículo sobre psicología de El País).
La mayoría de estas personas quizá no son solitarias por naturaleza, pero se sienten socialmente aisladas aunque estén rodeadas de gente. El sentimiento de soledad, al principio, hace que una persona intente entablar relación con otras, pero con el tiempo la soledad puede fomentar el retraimiento, porque parece una alternativa mejor que el dolor del rechazo, la traición o la vergüenza. Cuando la soledad se vuelve crónica, las personas tienden a resignarse. Pueden tener familia, amigos o un gran círculo de seguidores en las redes sociales, pero no se sienten verdaderamente en sintonía con nadie.
Una persona que se siente sola suele estar más angustiada, deprimida y hostil, y tiene menos probabilidades de llevar a cabo actividades físicas. Como las personas solitarias tienden más a tener relaciones negativas con otros, el sentimiento puede ser contagioso. Las pruebas biológicas realizadas muestran que la soledad tiene varias consecuencias físicas: se elevan los niveles de cortisol —una hormona del estrés—, se incrementa la resistencia a la circulación de la sangre y disminuyen ciertos aspectos de la inmunidad. Y los efectos dañinos de la soledad no se acaban cuando se apaga la luz: la soledad es una enfermedad que no descansa, que aumenta la frecuencia de los microdespertares durante el sueño, por lo que la persona se levanta agotada.
El motivo es que, cuando el cerebro capta su entorno social como algo hostil y poco seguro, permanece constantemente en alerta. Y las respuestas del cerebro solitario pueden servir para la supervivencia inmediata. Pero en la sociedad contemporánea, a largo plazo, tiene costes para la salud. Cuando estamos acelerando constantemente nuestros motores, dejamos nuestro cuerpo exhausto, reducimos nuestra protección contra los virus y la inflamación, y aumentamos el riesgo y la gravedad de las infecciones víricas y de muchas otras enfermedades crónicas.

La soledad elegida, puede ser gratificante, la impuesta es desoladora y deprimente. Intentemos hacer compañía cuando nos lo soliciten.
Buen día, gracias (sobre todo a El País).

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